ACTIVIDADES DE RELIGIÓN 2 de abril
Actividad 1: Lee
la Historia de la Semana Santa.
HISTORIA
DE LA SEMANA SANTA
La Semana Santa es la
culminación de un recorrido fascinante. Para los cristianos, Jesús
tenía una doble naturaleza, era el Hijo de Dios hecho hombre que vino al mundo
a expiar los pecados de la humanidad y a dejar un mensaje de paz y
esperanza. Y un mandato de amor y servicio al prójimo.
Ahora bien, se crea o no
en la doble naturaleza -divina y humana- de Jesucristo, lo innegable es
que su vida y su martirio cambiaron la Historia. El sacerdocio
de Jesús en la tierra fue breve; tres años bastaron para modelar nuestra
civilización y modo de vida. Su misterio, su calvario y su prédica
dejaron una huella que aún perdura y que a lo largo de los siglos ha
inspirado a los hombres en sus pensamientos y acciones. Y no sólo a los
creyentes.
Cuando Jesús llegó a
Jerusalén con sus discípulos. Aquel día que hoy es recordado como Domingo de
Ramos, tenía tras de sí tres años de predicación, que se iniciaron
cuando, con 30 de edad, fue bautizado en el Jordán por su primo Juan el
Bautista. Tras reclutar a doce discípulos, a los que promete convertir en
"pescadores de hombres", empieza una vida errante por toda
Galilea, predicando, haciendo milagros y "pescando" almas. A su
paso, los enfermos sanan, los pecadores se arrepienten, los ricos renuncian a
su riqueza, los descartados de la sociedad se sienten convocados. Él
deja un rosario de enseñanzas simples que todos hemos escuchado alguna vez y
que ya constituyen un acervo universal: "No sólo de pan vive el
hombre"; "si te pegan en una mejilla, ofréceles la otra";
"los últimos serán los primeros", "es más fácil que un camello
pase por el ojo de una aguja que un rico entre al Reino de los Cielos";
"ámense los unos a los otros". Y, ya en la cruz, "Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen".
Fueron también tres
años de una vida en rebeldía contra el orden establecido, tanto el político
como el religioso; Jesús será celebrado por la mayoría, pero también condenado,
amenazado, perseguido y sospechado por una poderosa minoría.
Para comprender lo que
sucederá en aquellas Pascuas , hay que tener en cuenta que la región en la que
actuó Jesús se encontraba bajo dominio del Imperio Romano. Como en otras
regiones ocupadas, las autoridades designadas por Roma toleraban la
religión local -judía, en este caso-, como un elemento de orden. Pero
el panorama interno de esta fe monoteísta era complejo. Había
muchas discordancias y diversas corrientes: los saduceos,
acomodados con el ocupante extranjero; los fariseos, apegados a la
observancia de los rituales, a la forma antes que al fondo; los samaritanos,
que no reconocían otra autoridad que la del Templo; los esenios -secta
que algunos consideran antecedente del cristianismo-, que, asqueados por
la corrupción, adoptaban el ascetismo; los zelotes, que querían
pasar a la acción violenta, etcétera.
Sus posicionamientos iban
de la crítica al establecimiento religioso a la subversión política y la
rebelión nacionalista. Estas corrientes y sectas fueron más o menos toleradas
por las autoridades judías. Era una época de crisis política y moral, en la
cual profetas, místicos y ascetas recorrían los caminos predicando y
lanzando anatemas contra el pecado, el lujo y la falta de fe.
También la de Jesús, en
sus comienzos, fue una de estas tendencias; pero a diferencia de las
otras, la herejía cristiana no fue tolerada y ello se debió a dos
rasgos esenciales de la prédica de Cristo: la universalidad y la radicalidad. Jesús
no predicaba sólo para los judíos, su mensaje iba dirigido a la humanidad
entera, considerada como una unidad. No pretendía ser una secta, sino
una religión universal. Por otra parte, su insistencia en que venía a
dar vuelta todo lo dicho con anterioridad ("Oísteis que fue dicho…. pero
yo os digo…") anunciaba una nueva fe. Esto explica la
coincidencia en la persecución y represión a Jesús y a los primeros discípulos
entre las autoridades religiosas y civiles. Ni hebreos ni romanos podían
tolerar semejante desafío.
El otro contexto de esta
historia es la profecía. Los Evangelios recurren constantemente a la
profecía bíblica para explicar la conducta de Jesús. Por eso, cuando decide
ir a Jerusalén, donde será arrestado y juzgado, la Biblia lo relata como una
instancia hacia el cual él mismo avanza, aún sabiendo lo que le espera.
DOMINGO DE RAMOS
Aquel domingo, entonces,
Jesús avanza por la ruta a Jerusalén. Lo siguen sus discípulos, pero también
una multitud entusiasmada por su palabra.
El Maestro, como lo
llaman, ingresa a la ciudad, precedido de su fama y montado en un burro. A su
paso, la gente se quitaba los mantos y cubría con ellos y con ramas de laurel
el camino que debía recorrer Jesús. Gritaban: "¡Bendito el que
viene en nombre del Señor! ¡Hosanna (salve) en las alturas!".
Nada como para alegrar a
las autoridades. Para colmo, Jesús se dirigió al templo a echar a los
mercaderes (cambistas y vendedores de palomas para los sacrificios).
"Mi casa, casa de oración será llamada. Vosotros la habéis hecho
cueva de ladrones", acusó.
Al día siguiente vuelve
al templo y en un áspero intercambio con los sacerdotes y los ancianos les
dice, por ejemplo, que "los publicanos y las rameras" irían
delante de ellos "al reino de Dios". Y explica:
"Porque vino a vosotros Juan (el Bautista) en camino de justicia, y no le
creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron".
Si no lo arrestaron en
ese momento, fue por temor a la multitud que rodeaba a Jesús. Había que
esperar una ocasión más propicia.
Las autoridades
religiosas se escandalizan con las respuestas de Jesús, que en cambio encantan
a la gente. Trata de hipócritas a los fariseos que hacen "largas
oraciones", pero no ayudan a nadie. Y se permite reformular los diez
mandamientos de Moisés, en sólo dos, esenciales: "Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el
primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los
profetas".
Al irse del templo,
predice que éste será destruido. Luego tiene una larga charla con sus
discípulos, sembrada de analogías sobre cómo será el Reino de los Cielos. Y les
adelanta lo que va a suceder. Una predicción que ellos no retienen o no
quieren retener: "Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua -les
dice- y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado".
En ese mismo momento,
escribas y ancianos, reunidos con Caifás, que era el sumo sacerdote del templo,
conspiran para sacarse de encima al molesto predicador. "No durante la
fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo", decían.
JUEVES SANTO – ÚLTIMA
CENA
Jesús les anuncia a
sus discípulos que el jueves celebrará con ellos la cena de Pascua.
Poco antes, el
discípulo Judas se pone en contacto con uno de los principales
sacerdotes y le ofrece entregar a Jesús. A cambio, recibe treinta
piezas de plata.
La traición de Judas
Jesús envía a sus
discípulos a preparar todo para la cena del jueves y les dice que será la
última. Era costumbre lavarse los pies antes de una celebración como
aquella. Pero no había sirvientes en el lugar.
Jesús toma entonces el
recipiente con agua, se ciñe una toalla a la cintura y se pone a lavar los pies
de sus discípulos. Sorprendido, Pedro le dice: "Señor, ¿tú me
lavas los pies?". Y Jesús responde: "Si yo, el Señor y el
Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los
unos a los otros. (…) El siervo no es mayor que su señor, ni el
enviado es mayor que el que le envió".
Durante esta cena, Jesús
tiene otro gesto que dará lugar a uno de los más importantes sacramentos
del cristianismo: la comunión o Santa Cena. El relato de la Biblia es
conciso: "Mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y
dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la
copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque
esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de
los pecados."
Hay gran tensión
cuando Jesús anuncia: "De cierto, de cierto os digo, que uno de
vosotros me va a entregar". Y dirigiéndose a Judas: "Lo que vas a
hacer, hazlo más pronto". Éste se retira.
No es la única
predicción. También les advierte que ellos no sólo se van a dispersar sino que
van a renegar de Él. Y a Pedro que protesta indignado, le dice: "Esta
noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces".
Viene a continuación uno
de los pasajes donde más expuesta queda esta doble naturaleza de Jesús que, en
esas horas previas a su calvario, se muestra profundamente humano,
vulnerable, angustiado, ante la prueba que le espera.
No hará nada por
evitarlo. Se retira con sus discípulos al jardín de Getsemaní para rezar y
esperar. Les pide que permanezcan despiertos, en vigilia, para sentirse
acompañado: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos
aquí, y velad conmigo". Pero cada vez que vuelve con ellos, los
encuentra dormidos, inconscientes del drama que ya se está desatando.
Tres veces se retira
Jesús a rezar y cada vez su ruego es el mismo: "Padre mío, si no
puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad".
Después de ese tercer
rezo, vuelve con sus discípulos y les avisa: "Se acerca el que me
entrega". Viene entonces Judas y le da un beso, para que
los soldados sepan cuál es Jesús de Nazaret, el hombre que deben prender.
El beso de Judas, en
la versión de Caravaggio
Uno de los discípulos
intenta resistir el arresto: toma una espada y le corta la oreja a un soldado.
Jesús lo frena: "El que a hierro mata a hierro muere".
Si no evita su arresto
no es porque no puede:
"¿Acaso piensas -le dice al discípulo- que no puedo ahora orar a mi Padre,
y que Él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se
cumplirían las Escrituras…?"
Y a sus apresadores les
reprocha que vengan a prenderlo como a un criminal cuando estuvo sentado con
ellos en el templo.
Los soldados se
llevan a Jesús y los discípulos huyen.
VIERNES SANTO
Jesús es llevado en
primer término ante el Sanedrín, que era la asamblea de sabios, presidida
por Caifás, el sumo sacerdote. Es allí, mientras su Maestro comparece ante los
sacerdotes, que Pedro, mezclado entre el público para seguir los
acontecimientos, es interpelado por algunos que lo reconocen y le
dicen: "Tú también estabas con el Galileo". Él, asustado, lo niega:
"No, no lo conozco". Así, tres veces seguidas. Y entonces
cantó el gallo. Recordando las palabras de Jesús, Pedro "lloró
amargamente".
Frente a sus acusadores,
Jesús callaba. "Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú
el Cristo, el Hijo de Dios", lo presionó el sumo sacerdote. Jesús le
dijo: "Tú lo has dicho; y además os digo que desde ahora
veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en
las nubes del cielo".
Entonces Caifás rasgó
sus vestidura y gritó: "¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad
tenemos de testigos?
Ya era de mañana. Jesús
es llevado ante Poncio Pilato, el gobernador romano. Al ver lo
que había hecho, Judas se suicida.
Pilato se sorprende un
poco ante la pasividad de Jesús. "¿Eres tú el Rey de los judíos?", le
pregunta. "Tú lo dices", es la escueta respuesta.
Como era costumbre
liberar un preso en ocasión de las fiestas importantes, Pilato manda a traer a
un homicida, Barrabás. "¿A quién queréis que os suelte: a
Barrabás, o a Jesús, llamado el Cristo?", preguntó a la multitud.
"¡A Barrabás!"
"¿Qué, pues, haré
de Jesús, llamado el Cristo?"
"¡Sea
crucificado!"
Entonces Pilato
se lavó las manos -literalmente- frente a ellos y les dijo:
"Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros".
Soltó a Barrabás, hizo
azotar a Jesús y luego lo entregó para que fuese crucificado.
Para burlarse de quien
se decía "Rey", le ponen a Jesús un manto rojo y una corona de
espinas, lo escupen, lo golpean y se burlan: "¡Salve, Rey de los
judíos!"
Llevan a Jesús al Gólgota -es
el vía crucis, un largo trayecto llevando por momentos la cruz al hombro-,
donde es crucificado, junto a dos reos comunes, uno a cada lado; le ponen
un cartel "Este es el Rey de los Judíos". Los soldados
echan a suerte la ropa del Nazareno.
Poncio Pilato pregunta
a la multitud qué hacer con Jesús
"Sálvate a ti
mismo; si eres Hijo de Dios", lo desafiaban.
Al pie de la cruz,
asistían al martirio de Jesús, su madre, María, sus discípulos y su más
fiel seguidora, María Magdalena.
Tras unas horas de
agonía, un soldado lanceó a Jesús en el costado, según algunos evangelios, o
simplemente expiró, según otros, luego de pronunciar sus últimas palabras:
"Padre, padre, ¿por qué me has abandonado?"
Con el último aliento de
Jesús, el cielo se oscureció, la tierra tembló, se abrieron sepulcros y el
templo se rajó. "Verdaderamente este era el Hijo de Dios",
dijo entonces uno de los centuriones romanos.
José de Arimatea, un acaudalado seguidor
de Jesús, obtuvo de Pilato el permiso para retirar el cuerpo de su Señor y
darle sepultura.
SÁBADO DE GLORIA
– DOMINGO DE RESURRECCIÓN
El día sábado,
recordando que Jesús había dicho "después de tres días, resucitaré",
los sacerdotes y fariseos pidieron a Pilato que la tumba fuese sellada con una
piedra y vigilada. Temían que alguien lo robara.
Pese a ello, cuando el
domingo a la mañana, María Magdalena fue al sepulcro de Jesús, encontró
la piedra removida y la tumba vacía. Fue a ella que Jesús se le apareció
por primera vez tras su resurrección.
Cuando la noticia llegó
a los discípulos, pese a que Jesús se los había anunciado varias veces, algunos
de ellos se mostraron escépticos. Y hubo uno que, hasta que no puso su dedo en
el agujero que el clavo había dejando en la palma de Jesús, no creyó.
Cuarenta días después de
su resurrección, Jesús ascendió al cielo, dice la Biblia, no sin antes decirles a
sus discípulos que les enviaría el Espíritu Santo.
Poco tiempo después, un
historiador romano llamado Tácito (que vivió entre el 52 y el 118 después de
Cristo) escribió en Anales, una historia de Roma, que Nerón
había culpado a los cristianos del incendio de Roma; "Creó chivos
expiatorios y sometió a torturas más refinadas a aquellos que el vulgo llamaba
cristianos, odiados por sus abominables crímenes. Su nombre proviene de
Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio fue ejecutado por el procurador Poncio
Pilato. Sofocada momentáneamente, la nociva superstición se extendió
de nuevo no sólo en Judea, la tierra que originó este mal, sino también
en la ciudad de Roma, donde convergen y se cultivan fervorosamente
prácticas horrendas y vergonzosas de todas clases y de todas partes del
mundo".
Había nacido una nueva
religión y, aunque sus seguidores estaban siendo implacablemente perseguidos, el
cristianismo se extendería por todo el mundo -los discípulos siguieron
el mandato de su Maestro de salir a llevar la buena nueva en todas las
direcciones- y acabaría siendo reconocido por el propio Imperio Romano.
FIN
Actividad 2: Unir el día con el
cuadro que le corresponda.
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